ASTRONOMÍA Y CREACIÓN
Hasta el siglo XVIII la mayoría de los astrónomos, pasando por Copérnico y Galileo, pensaban que el universo era pequeño y de edad corta. En el siglo XX se acumulan pruebas para demostrar precisamente lo contrario, el universo es de un tamaño inmenso y de una edad muy antigua.
Al estudiar el desplazamiento al rojo de la luz procedente de nebulosas muy lejanas Edwin Hubble formula la ley que lleva su nombre: la velocidad de recesión de una nebulosa es proporcional a la distancia que la separa de nosotros. Es decir, el espacio se expande.
En 1965, una fecha importante, Penzias y Wilson descubren un tenue fondo de mirocroondas procedente de todas las direcciones del espacio. Una especie de resplandor crepuscular de la bola de fuego cósmica, que se ha ido enfriando a medida que se expandido. En el esfuerzo de la física por retroceder en el tiempo, cuanto más se hace más provisionales se hacen las teorías.
Las teorías inflacionarias, propuestas por Alan Guth y Andrei Linde sugieren que a los 10-35 segundos, el universo experimentó una rapidísima expansión originada por la enorme cantidad de energía liberada. Este sería el período de la gran unificación. Apenas tenemos idea de lo que ocurrio antes de los 10-43 segundos. ¿Qué sucedió en t=0? En la teoría estándar del big-bang t=0 representa una singularidad. Es decir las leyes de la física no son aplicables. El Papa Pío XII aseguró que la citada teoría venía a confirmar la idea de creación.
Hay interpretaciones que buscan salvar la literalidad de los relatos bíblicos a la luz de estos descubrimientos científicos. Ponemos dos ejemplos:
Gerald Schroeder, físico procedente del judaísmo ortodoxo expresa que los seis días de la creación narrados en el libro del génesis equivaldrían a los 13.600 millones de años de la edad del universo.
En el ámbito del cristianismo evangélico, Hugh Ross establece una equivalencia entre las diez dimensiones, propuestas por la teoría de las supercuerdas y la extra-dimensionalidad de Dios. Según Ross, los sucesos de nuestra vida acontecen en el orden temporal normal (horizontal), las causas preceden a los efectos, mientras que Dios acontecería en un orden perpendicular (vertical) que corta de manera simultanea con nuestro múltiples fenómenos temporales. Para Ross este planteamiento es una solución a las paradojas sobre la libertad y la predestinación. Nosotros optamos con libertad en nuestro marco temporal y todo está integrado en el conocimiento unificador de Dios.
Sin embargo, más allá de estas interpretaciones hay otros campos de diálogo que parece sugerente explorar. De entrada algunos contrastes: En comparación con las vastas extensiones del tiempo y el espacio, la humanidad parece insignificante. Más allá de la cantidad, la importancia del universo no debe calibrarse por su duración y tamaño, sino por su complejidad, siendo la aparición de la conciencia el fenómeno más singular (en los cien billones de sinapsis que alberga el cerebro humano existe un número de combinaciones y conexiones mayor que el de las galaxias conocidas). No perdamos de vista que el sujeto del análisis es precisamente el ser humano que busca interpretación para desentrañar la inmensidad del universo. Este análisis cualitativo -no sólo cuantitativo- es a nuestro juicio el cambio de nivel.
Aunque la búsqueda de vida en otros planetas, y la interpretación flexible del llamado principio antrópico, relativice la centralidad de la especie humana en el universo, las evidencias y datos, hasta el momento, es que la humanidad es la forma de vida más avanzadas que conocemos. Es decir, aunque este enfoque relativiza las pretensiones antropocéntricas de deslindar a la humanidad del resto de la naturaleza, en absoluto la vida humana es algo insignificante.
Si la Palabra se encuentra activa, en forma de creación continua, a lo largo y ancho del universo, nada impide suponer que también se habrá revelado como poder de salvación en toros puntos del espacio y el tiempo. Dios se comunicó y se comunica en una dinámica recreadora de salvación.
Bibliografía
Barbour, I. (2004): El encuentro entre ciencia y religión. Sal Terrae. pp. 68-98.
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